#9 Motivo para (sobre) vivir. La lectura del verano.
Cuando llega el calor, los chicos se enamoran (de sus libros). Yo quiero leer, toda la noche.

¡Hola, amigue!
Se han acabado mis vacaciones. Ahora toca volver a dejarse la piel para llenar la hucha de los viajes, porque «el descanso cuesta, y es aquí donde vas a empezar a pagar».
Lamentablemente no llegué a leer (por un solo día) la última publicación de
desde mi chiringuito favorito, aunque pude hacerlo en el camino de vuelta y fue un gran aliciente para entrar en Barcelona con una sonrisa. Por si aún estás cerca de tu chiringuito, o simplemente quieres disfrutar de una lectura güena, aquí te comparto su texto.Me gusta cerrar las vacaciones de verano compartiendo unos días con mi madre. Es de las pocas tradiciones a las que me mantengo fiel. Esos días son un momento de cuidado mutuo: ella suelta su rol de cuidadora de una persona dependiente para dejarse atender por otro, y yo me libero de la la máscara de fiera salvaje que todo lo puede para entregarme al papel de cachorrillo que, de vez en cuando, necesita descansar sobre el lomo de la líder de su manada.
Es verdad que con los años mi madre y yo hemos ido perdiendo la capacidad de conversar entre nosotros, supongo que las diferentes experiencias y visiones de la vida nos hace difícil sostener una charla; pero lejos de suponer un distanciamiento, creo que es una realidad que nos ha unido más. Si nos hemos ido leyendo durante este tiempo ya sabrás que soy un gran amante del silencio, y es ahí y en la presencia donde encuentro más verdad que en las palabras.
Así que quizás con ella no compartiré largas sobremesas, (de esas de Call Me by You Name que tanto me gustan), pero sí hemos encontrado un punto de encuentro en los paseos kilométricos y las sesiones de playa interminables. Tan largas que ahora mismo soy un ser incandescente, y hoy el teclado quema (y no precisamente por lo rápido que estoy escribiendo).
Me encanta leer en la playa al lado de mi madre, me siento muy protegido. La elección de la lectura para esos días es casi más importante que el destino. De hecho, los únicos libros que guardo (porque soy ratón de biblioteca) son los que llevo en esos viajes. Cada libro atesora el recuerdo de un lugar y un momento vital. Me gusta pensar que las historias que podemos encontrar en cualquier estantería guardan a su vez las historias de las personas que las han leído: ¿En qué momento se encontraban otros lectores de ese libro? ¿Cómo llegaron a él? ¿Dónde lo leyeron? ¿Con quién lo compartieron?
Estas semanas hablaba con una amiga, durante unas preciosas conversaciones matutinas mientras aliviábamos nuestro mono de cafeína, sobre las madres. Quizás uno de los temas más cinematográficos y literarios que existen. Le contaba, entre otras muchas cosas, que a la mía le debo mucho de este momento en el que me encuentro, por haber sembrado la semilla de muchas de las inquietudes que hoy tengo la oportunidad de explorar. Incluso también el estar escribiendo y construyendo este espacio, por haber compartido conmigo arte y cultura desde bien pequeño. Me acuerdo aquí de la gran madre de España, Vicenta Lorca, de la que decía Federico: «Ella me ha formado a mí poéticamente, y yo le debo todo lo que soy y lo que seré».
Además de los trucos para conseguir un bronceado instantáneo (y bastante duradero), a mi madre le debo que me enseñara a vivir con pasión la Gran Vía de Madrid, la de verdad, la que estaba llena de magia, cines y teatros (y no el gran centro comercial aséptico que es a día de hoy). La Gran Vía de las meriendas de los sábados, antes de ir a ver la película de la semana en el Palacio de la Música: los bocadillos de queso en el Museo del Jamón, las tortitas con nata del Vips o los sandwiches mixtos de la cafetería Nebraska.
Le debo también que antes de volver a casa me dejara perderme un ratito en la Fnac de la plaza del Callao, y que siempre cayera algún libro o algún disco.
Ella fue la que me llevó a ver mi primer musical: La Bella y la Bestia en el Teatro Lope de Vega de Madrid, que con el tiempo (y por muchísimos años) se convirtió en mi segunda casa. También le debo que me regalara el disco recopilatorio de grandes éxitos de ABBA, con el que jugaba a escribir historias hiladas por sus canciones, y que de forma premonitoria me estaba adelantando que años después iba a trabajar en el musical Mamma Mia! (al que amo con todo mi corazón, pero he de decir que mi historia era mejor).
Sí que hubo un espectáculo al que nunca me llevó, y que de algún modo estaba siendo otra premonición. Recuerdo que estaba obsesionado con la marquesina del musical El Hombre de la Mancha (que también se representó en el Teatro Lope de Vega), protagonizado por Paloma San Basilio y José Sacristán. Años después participé en la preproducción de una nueva versión que iba a estrenarse por el cuarto centenario de la muerte de Cervantes. Y, una vez más, me quedé en la puerta viendo el cartel, porque nunca lo llegamos a estrenar.
Para cerrar esta cadena de agradecimientos, quería compartirte los libros que he leído en los últimos años de vacaciones junto a mi madre, ya que también se los debo a ella. Y se los debo de verdad, porque fue ella quien me los compró y aún no le he hecho el Bizum.
Niadela, de Beatriz Montañez.
Este es mi libro fetiche, ya que supuso la transición a un nuevo momento de vida. Llegó a mí en pleno cierre de mi última relación, con el corazón roto y las emociones desbocadas (chúpate esa, Potra Salvaje, que yo llegué antes).
Niadela es una bellísima observación del entorno natural que rodeaba a la autora mientras escribía el libro , y aportó mucha paz a mi caos mental. Le cogí cariño desde la primera palabra, pero en un «ataque Marie Kondo» (estaba a punto de hacer mi tercera mudanza en menos de un año) lo vendí por Wallapop.
Años después quise volver a leerlo, y valoré comprarlo de nuevo. Lo encontré por casualidad en una librería de segunda mano, en el mostrador esperando a ser colocado (acaba de llegar a la tienda), y lo cogí al vuelo. Estábamos destinados a reencontrarnos.
Cuatro poetas en guerra, de Ian Gibson.
La historia de cuatro figuras imprescindibles de la literatura: Federico García Lorca, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez y Miguel Hernández. Cuatro poetas que pusieron su arte al servicio de la defensa de la libertad y la democracia en el período de la Guerra Civil.
Hasta entonces me había costado mucho leer biografías, pero la narración de Ian Gibson es fabulosa. Ha sido uno de los libros que más me ha inspirado, y supuso toda una revolución interna.
Emilio y Octubre, de David Uclés.
Un libro precioso sobre el «amor de la vida», las amistades, las decisiones y cómo transitamos la vida en cada una de sus etapas. Fue el primer libro que leí de este autor, y fue realmente mágico. De esos libros que te dan mucha pena que se acaben.
Para final de este verano, ya tengo esperándome a su segunda novela: La península de las casas vacías. Estoy deseando comenzar a leerla.
Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca, de Ian Gibson.
He leído mucho a (y sobre) Lorca, pero nunca me había lanzado a la biografía completa. Y este año encontré la ocasión perfecta, ya que nuestro viaje era a una de las ciudades que más amaba Federico: Málaga.
Porque para leer bien a Lorca, como para hacer bien el amor, hay que venir al sur.
Con la biografía de Federico sí que he roto la tradición de empezar y terminar el libro durante el viaje. Muy ambicioso fue el Jose del pasado pensando que podía leer la vida del mayor genio de nuestra literatura en solo cinco días. Y es que cada palabra escrita por Lorca, o dicha sobre él, hay que respirarla y sentirla por todo el cuerpo.
Así que, sin más por hoy, sigo leyéndole y me despido hasta la semana que viene.
Mamá. Yo quiero ser de plata.
Comparte estos Vicenta y Federico de la suerte, y celebremos bien fuerte nuestras inspiraciones infantiles.
Qué sorpresa y qué ilusión encontrarme en esta carta. Las recomendaciones literarias son fantásticas (y la película, que no conocía, también es un descubrimiento). Como siempre, para nada las típicas de las que todo el mundo habla. ♥️