#17 Motivo para (sobre) vivir. La fiesta terminó.
Y de qué sirve amarnos sin amor, que cantaría Paloma San Basilio.
¡Hola, amigue!
Un 25 de diciembre más, en la mañana, me despierto temprano para liberar a mi madre de la carga de tener que recoger el desastre que ha supuesto la cena de Nochebuena de la noche anterior. Festividad en la que, por cierto, no participo.
A los 15 años tomé la decisión de no tener relación con algunas de las personas a las que, por sistema, tenía que aceptar como familia. Y, desde entonces, el único contacto que tengo con ellos es con los restos de su gula ya reseca en montañas de platos sucios. Una mañana al año.
La próxima Navidad hará 20 años de aquella decisión y, si a alguien realmente le interesara esta historia, me plantearía organizar una cena reencuentro en el Bernabéu, retransmitida por Televisión Española. Así cumpliría el sueño de ser el protagonista de mi propia gala de Nochebuena.
Pero primero, fregar los platos. Y no lo hago con resignación, todo lo contrario. Si a mi me encanta limpiar. No desde un lado obsesivo, puedo vivir perfectamente rodeado de pelusas, como de hecho ha sucedido en las últimas semanas por la siempre válida excusa de la falta de tiempo. Así, todo diciembre, ellas han sido mis amigas, mis confidentes. Pero no mis amantes, la cama es el único lugar en el que cuido mantener alejada su presencia.
La espuma combinada con el agua caliente tiene un efecto catártico. Visualizo como su poder desegrasante arrasa con todo lo que, por dentro, ya no es necesario. Como la idea de que un año más he quedado relegado al mismo papel de siempre: el que en la sombra y en silencio se encarga de cargar y limpiar la mierda que no le corresponde.
Y justo en el momento en el que me pierdo en el torbellino de los pensamientos, siento un ligero escozor en el dedo. El corte silencioso del filo de un vidrio roto. Y las copas resacosas vuelven a teñirse de rojo, no sé si de los posos del vino tinto que seguro ayer avivó las palabras de quienes aún no son capaces de hablarse con sinceridad, o es el rojo de la sangre que busca desesperada el agua para enjuagar los restos de metales pesados que aún carga de su linaje.
Valiente decisión, me quito el sombrero. Por cierto, tengo la sensación de que no está terminado el texto, ¿es así o simplemente echo en falta el botón de suscripción?
Wow! ¿Dónde dices que hay que comprar las entradas para ir a verte al Bernabéu? Olé tu!