#16 Motivo para (sobre) vivir. Envasado al vacío.
Sobre notas inconexas de un móvil pensante y sintiente en el límite de su capacidad de almacenamiento.
Me entristece mucho ver a los niños que andan cabizbajos en la mañana, claudicando ante una guerra que aún ni siquiera se ha declarado. Es temprana la hora y la derrota.
Observándoles lloro con ellos mi propia angustia. Y aunque la mirada va hacia el suelo, el llanto no puede salir. Dicen que eso no está bien hacerlo en la calle. Y las lágrimas se quedan dentro de mí, formando charcos que más tarde se evaporarán por la asfixiante calefacción del lugar donde dejo consumir mis horas.
Y el calor artificial los convierte en sal.
Y la sal seca los órganos.
Y los órganos claman desesperados a la vida.
Y en el lamento (...) se produce el fallo multiorgánico de un cuerpo que solo anhelaba un acierto multiorgásmico.
Últimamente tengo mucho frío, y busco desesperado el calor. Lo hago en el café con leche, casi preparado en las llamas del infierno más ardiente.
Mi infierno es el vacío del pecho, cuando ya no queda más café que tomar.
Dicen que la sensación de frío es la forma en la que el cuerpo expresa la liberación del miedo. Y vaciándome de miedo siento miedo de no volver a sentir nunca más calor. A desear el abrazo de unos brazos que no sé si son los tuyos o los míos. Porque aún no confío en los propios y porque no es correcto decir que necesito los ajenos.
En el tranvía me gusta sentarme en la dirección contraria a su marcha. Así mientras me lleva a la cárcel puedo observar cómo los verdaderos deseos se van quedando atrás. Y también las calles que no me pertenecen, porque a mí me toca estar encerrado.
Miro al vacío alejarse, pero el vacío es lo que más cerca se siente. ¿Pueden unos ojos agonizantes morir por desear vivir?
En el tranvía me gusta castigarme con preguntas para las que no tengo respuesta, porque a veces pienso que el castigo es lo único que merezco.
Mi móvil está lleno de notas indescifrables.
No entiendo estas palabras porque no son más que un conjunto de caracteres caóticos, como vomitados por el cráter de un grito seco. Pero las siento desesperadas por expresar lo que les está sucediendo en las profundidades de aquel volcán.
Y aunque se las pueda juzgar por su falta de respeto a cualquier regla academicista, son las palabras más sinceras que he leído nunca. ¿No será que rechazar las normas es la única forma de acercarnos a nuestra verdad?
Las palabras se acumulan, las ideas tocan a la puerta del corazón buscando un espacio donde materializarse. Están llenas de vida y quieren explorarse, descubrir sus formas. De pequeño me dijeron que los seres vivos nacen, crecen, se desarrollan, se reproducen y mueren. Pero es mentira. Las ideas solo mueren.
De sus llamadas tomo notas rápidas porque no hay tiempo de contestar, prometiendo que su recado será atendido después. Pero en el «después», a pesar de ser un adverbio de tiempo, tampoco hay tiempo.
¿Y qué es el tiempo, me pregunto? ¿Por qué yo no lo tengo? ¿Por qué se me escapa?
Observo las palabras que en el papel se sienten ideas. Sus letras son temblorosas y apenas tienen espacio entre ellas, no respiran. Parece que quisieran armarse en bloque para destruir el muro rígido con el que no paran de chocar.
¿Y quién es el muro? ¿Soy yo mismo? ¿Mis miedos? ¿El «sistema»?
Está ya tan sobado culpar al «sistema», y lo hago sabiendo que ese «sistema» es en verdad nuestro aliado, porque ahogados en sus obligaciones nos quita el peso de la única responsabilidad que realmente nos pertenece por derecho: la de vivir de verdad.
Y la de vivir es una responsabilidad hermosa, y no la que hemos aprendido desde pequeños. «Sé responsable con tu compartimiento, sé responsable con tus deberes». La falsa responsabilidad que nos impide explorar y disfrutar nuestro propio cuerpo, castigándonos a vestirlo con fibras sintéticas que están destruyendo el planeta; a enjaular nuestros pies, que ya no recuerdan el contacto con la tierra.
Echo de menos la tierra. Echo de menos estar descalzo.
Qué bonito escribes ❤️
Precioso texto.